En el mundo de hoy, la actividad y el dinamismo “vende”. Personas a paso veloz por los pasillos, que además mantienen conversaciones a un ritmo trepidante porque dicen no tener tiempo…lejos de mostrar dinamismo, muestran que no tienen la situación bajo control. Pero solo hay que pararse un poco a observar cuando se trata de la actitud como tal, un simple “postureo” o una situación de estrés.
Porque una cosa es “disparar a todo lo que se mueve” y “correr como pollo sin cabeza” sin ningún tipo de prioridad y otra bien distinta actuar desde la calma, tomando decisiones y ejecutando acciones una después de otra pero manteniendo nuestra hoja de ruta.
Hoy en día, en las organizaciones se dedica mucho tiempo al “hacer” y poco al “pensar”…la creencia de “nos pagan por hacer, no por pensar” está ampliamente extendida…y nos limita.
El tiempo para la reflexión permite tomar distancia de los problemas para plantear mejores soluciones y más efectivas, permite encontrar ventajas competitivas donde inicialmente había problemas, nos ayuda a enfocarnos en lo que realmente importa y tiene valor para dejar en un segundo plano actividades menos relevantes (Pareto o la ley del 20/80)
Cada uno conoce la naturaleza de su posición dentro de su organización y si eres el CEO de una compañía, una parte importante de tu tiempo la dedicarás a eso, a pensar…pero en términos generales, todos haríamos bien en dedicar unos minutos al comienzo de la mañana a pensar la manera en que vamos a articular la jornada, cuales son nuestras prioridades y de qué manera vamos a enfocar ciertos temas o proyectos. Y de igual manera, cerrar el viernes, reflexionando sobre lo que ha ido bien, qué errores no debemos volver a cometer y qué aspectos propios y de la organización debieran ser mejorados.
Lo dicho, hacer sí pero desde la reflexión.
¿Hablamos?